Austeritas secundum quod est virtus non escludit omnes delectationes, sed superfluas et inordinatas: unde videtur pertinere ad affabilitatem quam Philosophus
Summa Theologica, Iia Iiae, q. 168, art. 4
Ivan Illich ha notado que la sociedad contemporánea define al bien, ya no como un inapropiable, sino como la satisfacción máxima del mayor número de individuos mediante el mayor consumo de productos y servicios industriales, termina imponiendo el consumo y mutila de manera intolerable la autonomía y libertad de la persona. Esto sucede, puesto que en la medida que el lazo social se configura a partir de la multiplicación infinita de consumo de bienes inútiles, la pobreza que abre a una auténtica libertad deviene una actividad antisocial. De aquí que quien no rinda tributo en este sacrificio ritual a cielo abierto al ídolo de la muerte sea Homo sacer. De aquí también la muerte de la lectura y de la Universidad, experiencias que sin el amor silencioso, pobre y perseverante al lógos pierden sentido y se reducen a mera compra y venta de títulos y subsidios. De aquí también que antes que filósofos, el sistema produzca y premie divulgadores y parafraseadores.
Tan destructiva de la libertad de abrirnos al don es dicha sociedad que, muchas veces en los países desarrollados, quien ha sido privado de su libertad y vive en la cárcel cuenta con comodidades y entretenimientos inalcanzables para buena parte de los pobres de esta tierra. Se trata de una nueva forma de esclavitud disfrazada de libertad individual. Destruido el espejismo del nominalismo aparece la gran rebelión contra la naturaleza: la compra y venta de mujeres, bebés y órganos en nombre de la ciencia y con ecos del secuestro de bébes de la última dictadura; el fin de la interioridad inalienable de la humanidad a partir del régimen de captura de la atención; soldados que sacrifican sus vidas en nombre de la mutilación y hormonización infantil; la eliminación de la diferencia sexual en nombre del régimen equivalencial de la mercancía y el plusvalor de la farmacéutica; la reducción de pobres mediante la asfixia económica y libidinal, el hambre, la anticoncepción, el aborto y la eutanasia; la Universidad reducida a mera expendedora de títulos vía zoom, y, sobre todo, la confusión y la oscuridad espectral en la que no se logra distinguir la luz espectral de la pantalla de la luz oscura e inaparente de la verdad. Por ello, quienes promueven la dictadura de mercado no hacen más que producir esclavos que consumirán los productos industriales de la dictadura del proletariado. En otras palabras: nunca hizo mejores negocios el PCCH que con la barbarie liberal de Milei, quien ha realizado la utopía del esquizoanálisis como nadie antes de él, acelerando los flujos hasta la esquizofrenia generalizada.
Este infierno tiene por principio fundamental la destrucción del orden natural, de sus límites, de su inapropiabilidad y felicidad. De allí que la irracionalidad tecnocrática parte sujete al hombre al instrumento convirtiéndolo así en un esclavo moderno. No ha de sorprendernos, entonces, que tal sociedad produzca una idiotización, despolitización y mecanización tales que haga aparecer a los modelos lingüísticos estadísticos como inteligentes. El hombre, sin embargo, no vive nada más de bienes y servicios. El hombre vive por y para la sagrada convivencia, con y gracias al don del ser. Solamente una instrumentalidad convivial que antes que fijar propiedades o clases, nos desubjetive para devenir cual-quiera (quod-libet) y vivamos así radicalmente en y para el amor. La instrumentalidad convivial, ya pensada por Santo Tomás, no es otra cosa que un ejercicio de pobreza espiritual en el que se da el paso atrás para dar lugar a la felicidad de la convivencia amorosa, justa y pacífica, sin jamás esclavizar ni alienar de su amor inapropiable al prójimo. La comunidad que viene es la comunidad organizada a partir de la instrumentalidad convivial.
Terra vestra deserta. De la idiotez artificial a la convivialidad