Hotel Salò Salò

 

Sé muy bien que Dios nos ha dado la facultad del uso, pero sólo la necesaria, y quiso, por otra parte, que el uso fuera común. Y es absurdo que uno solamente viva entre deleites, mientras los más están en la miseria.
Clemente de Alejandría.

Se han reunido algunos títeres en la casa del marionetista. La liturgia espectacular lo presenta como una ronda de empresarios, meros negocios. No se trata de un asado en un quincho más. Hay una decisión unánime: el naufragio de todo un país –que no es sólo un país: es un pueblo, una manera de peregrinar, una forma-de-vida que no puede prosperar de ninguna manera.
Pier Paolo Pasolini, poco antes de ser asesinado y poco luego de haber presentado Salò o los 120 días en Sodoma, entregó La divina mimesis, una crítica de la razón conformista y una reescritura del Infierno. Se trata de uno de sus libros más preciosos, en el que expone una visión del inframundo que nos permite comprender nuestro mundo. De alguna manera, es difícil leerlo sin sentir cierta santidad de Pasolini, cierta sensibilidad por lo insensible que lo convierte en profeta. Allí escribió: «Es un pecado nacido con la pequeña burguesía, luego de la gran industrialización, luego de la conquista de las colonias… Antes, la gente pequeña era pequeña: no quería serlo. En suma… toda esta gente, por miedo de la grandeza, le ha instintivamente faltado la religión. Reducción, espíritu de reducción, es falta de religión: éste es el gran pecado de la época del odio. Y precisamente en ninguna otra parte del Infierno verás tanta gente. ¡Las masas, amigo mio! Las masas; que han elegido como religión el no querer tener ninguna –sin saberlo». Se trata de la eliminación organizada de toda sensibilidad abierta a lo inapropiable, en favor del yo soberano y egoísta.
Es posible que en el Hotel Salò Salò no se haya discutido ningún negocio, sino más bien, cómo fomentar el pecado, cómo fomentar la antipolítica de reducción para convertir a un pueblo en una masa rizomática fácilmente manipulable. Han decidido que hay una deuda que sólo puede ser pagada con el sacrificio entero de un pueblo, con su aniquilación histórica y reducción a mera vida desnuda. Es innegable, también, que dicho espíritu de reducción es fomentado entre quienes han sido ya descartados, quienes no merecen ya una vida humana, pero no entre los que dirigen clandestinamente a los títeres.
Sin embargo, la misma necesidad de organización y encuentro en el Hotel Salò Salò junto al despliegue del terror visibilizado en la liturgia financiera como mera falta de confianza, falta de fe en Argentina, es sintomático, por el contrario, de una gran fe del pueblo, de que él no se ha rendido todavía ante el ídolo del becerro de oro. Es decir, hay una disputa, y como toda disputa política y económica, es teológica. El pueblo que resta, se mantiene organizado y en lucha: está por volver.